Tuesday, February 14, 2006

Tijuana en la niebla

Tomo la carretera a Rosarito:
campos amarillos de mostaza silvestre,
mar de fondo, chasises oxidados y
carrocerías de un naranja rugoso y mate.
¿Cuántas veces he tomado esa carretera?
¿Cuándo he salido de ella? La carretera
de Rosarito sólo es el nombre entre el
mar y yo. Acabar con la memoria es
innecesario.

—Luis Cortés Bargalló


Es necesario haber nacido en la región tijuanense para no olvidar nunca que en la costa bajacaliforniana, a ciertas horas del amanecer o en cuanto se hace de noche, el océano Pacífico suelta su niebla, “un alma que huye y toma cualquier forma”, como acota Luis Cortés Bargalló en uno de sus poemas. También en las partes bajas de Tijuana, entre sus calles y avenidas “discurre la niebla”, un “ruido blanco” que, por el transitar a ciegas, vuelve londinense el bulevard Agua Caliente.
El poeta (nacido en Tijuana en 1952) coincide con un lector que conoce sus territorios, los médanos, los acantilados, los “campos amarillos de mostaza silvestre” a los lados de la carretera de Rosarito: “chasises oxidados y carrocerías de un naranja rugoso y mate”. Cuando rememora, el niño que fue y ya no es y que desapareció sin morirse, agradece la devastación del antiguo casino en ruinas: la casa materna, los búngalos de Agua Caliente en los que habitaban sus padres, profesores del instituto allí instalado. Porque nació y creció en espacios, jardines, palmas datileras que fueron de un casino, ahora en ruinas. ¿Qué se sentirá crecer, jugar, saltar entre los parques, ir a la escuela, zambullirse en la piscina de un casino de híbrida arquitectura californiana y andaluza?
“Cuando regreso a Tijuana me planto entre los escombros de la vieja casa familiar junto al Minarete.”
Estas líneas de los primeros libros, de La soledad del polo (1990), por ejemplo, muestran que el poeta todavía intenta entender su experiencia del mundo en términos más o menos racionales, a través de los “sentimientos que atribuimos a las palabras, y el tipo y grado de emoción que deben apropiadamente ser motivados por ese entendimiento”, como dice Yvor Winters.
Sin embargo hay un salto no demasiado brusco, una transición entre 1990, fecha de La soledad del polo, y 1996, año de El margen indomable, en el que el misterio va tendiendo su capa; la proposición, la imagen y los destellos se vuelven menos explícitos. El poeta —o mejor dicho: la voz, suya y de los otros—, poco a poco se va conteniendo y se limita a nombrar: se encomienda al mero señalamiento y, no pocas veces, a la enumeración de los nombres que le son propios o que propios le son a la naturaleza que lo circunda y que él convoca a través de los sentidos: la bruma, el frío recorrido de la playa en el invierno, la hierba empapada y las rocas donde rompe el mar y establece su margen.
El nombramiento de los lugares va apuntando su propio cabojate a lo largo del litoral y bastan los nombres en sí mismos, sin acompañantes significativos, para tener su propio valor: Popotla, La Paloma, Baja Malibú, Rancho Santini, San Antonio del Mar, Los Médanos, La Misión, Salsipuedes, La Bufadora, Maneadero. Por el modo en que suenan, las palabras evocan los sentidos que al lector se le antojen. Y parecen responder, por lo demás, a la visión del otro lado, desde alta o mediana mar, que desde la escotilla de un buque francés anotara Malcolm Lowry en su cuaderno de viajes Por el canal de Panamá:
“¡Acantalidados! La costa de Baja California, gigantescos pináculos; imágenes de aridez y desolación sobre las que el corazón se arroja y desgarra eternamente.”

Luis Cortés Bargalló es autor asimismo de Terrario (1979), El circo silencioso (1985) y de la antología Baja California, piedra de serpiente. Prosa y poesía, siglos XVII-XX (1993). Con otros poetas de su generación fue fundador de la revista El Zaguán (1975-1977). Y ha sido traductor de la poesía de Gary Snyder, William Carlos Williams, John Haines, Marianne Moore y de poemas indígenas de América del Norte.
La espuma, polvo líquido, a cada instante refrenda su condición de frontera divagante. Tanto el umbral como el intersticio asoman en la poesía de Luis Cortés Bargalló, tanto como el nombramiento —nombrar las cosas, dice el poeta francés Francis Ponge—, sin verbos narrativos ni secuencias.
El título mismo, Al margen indomable, alude a esa condición fronteriza de la naturaleza: los elementos del agua y del fuego, del aire y del agualluvia, que el poema apresa en el linde. Parecería, como observaba el poeta español Carlos Barral, que el mar tiene más que ver con el tiempo que con el espacio. Está allí aparentemente eterno, o al menos más perdurable que nosotros, mientras los buques petroleros se anclan en línea antes de descargar el combustible que se derramará como electricidad desde la planta de Rosarito. Un mundo, una percepción, una memoria, una poesía del umbral. Una entrada en la casa que edifican las costillas de la ballena seca.

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