Monday, February 06, 2006

El rock en Tijuana

A Gene Ross, in memoriam

Recorrido por los callejones de la memoria, Oye cómo va es una travesía a través del tiempo en un trasatlántico que antes se llamaba calle Olvera y desde los años dieces avenida Revolución. Es un recuento de múltiples voces juveniles, afropercusiones, baladas, risas, gritos, tañidos, fusiones electrónicas, que va estableciendo el registro histórico de casi cuatro décadas, la última mitad del siglo en que se ha ido produciendo la historia del rock and roll en Tijuana.
Cruce de caminos, frontera sedentaria, cuna musical o semillero de compositores y arreglistas, la esquina noroeste del país comparece tanto como escenario como protagonista de una refundición cultural que fue integrando todos los sonidos que llegaban del mundo a través de las radiodifusoras de San Diego o que se daban cita en el Sports Arena de San Diego y circulaban en discos de fabricación nacional o foránea.
“En Tijuana”, dice Rafa Saavedra, “bendecida por su privilegiada situación geográfica, ha sido posible captar y escuchar estaciones de radio norteamericanas y, gracias a ello, a mediados de los 50, lo más fresco y novedoso del gran ritmo llegaba a través de las ondas radiales e ilegalmente cruzaba la frontera para prender la mecha musical en varios personajes célebres del rock local, quienes cambiaron las rancheras de Pedro Infante por los blues de Muddy Waters y Roberto Johnson, para dar inicio a esta historia que se liga con las transmisiones del legendario disk jockey norteamericano Wolfman Jack en la XERB desde, cuenta leyenda, un barco en Rosarito”.
A lo largo de más de cuarenta años, como secuela del rock de los 50 y la explosión del movimiento juvenil de los 60, el peculiar sonido tijuanense propició el tendido de un eje musical entre Tijuana y el DF, un intercambio acelerado entre los grupos de la ciudad fronteriza y la capital del país que, con altas y con bajas, colocó en el catálogo del rock mexicano cantado en español los nombres de Javier Bátiz, Carlos Santana, Peace and Love, El Ritual, La Cruz, Mercado Negro, Solución Mortal, Armagedón, Espécimen, Vandama, Artefakto, Tijuana No, Mexican Jumping Frijoles, Othli, Nona Delichas y Julieta Venegas.
Coordinado editorialmente por José Manuel Valenzuela y Gloria González, Oye cómo va convoca en 216 páginas la crónica de periodistas, sociólogos y promotores culturales, escritores y estudiosos de la comunicación, y también, en su parte más viva, los testimonios de protagonistas como Javier Bátiz y Carlos Santana, Roco y Manu Chao, Martín Mayo y Héctor Gómez El Chiqui, Luis Güereña y Juan César Vázquez El Cejas y Julieta Venegas, quienes, en coro o en solo, van contando sus entusiasmos y sus desalientos, su manera de gozar la vida a través de la música o lo que José Luis Paredes Pacho llama en el prólogo “la frontera interiorizada”.
“A Tijuana la veo como un laboratorio de sincretismo cultural, y como un ejemplo muy fuerte de lo que está cada vez más presente en el resto del país. Tijuana es el centro del huracán de toda la gran presencia de la cultura norteamericana; Tijuana ya no es la frontera, la frontera con Estados Unidos ya llega hasta Chiapas”, dice el cantante Roco, de Maldita Vecindad.
Ese lugar mítico, esa ilusión de los adolescentes en proceso de desprendimiento familiar, prefigura
—en palabras de Pacho— el diálogo entre la cultura mexicana y la negra dentro de la frontera norte de México. Civilización sin diáspora, dice El Cejas, ser tijuanense comporta la condición de sedentario. Significa, agrega Pacho, apasionarse por la vertiginosidad del cambio perpetuo y la elástica transterritorialidad:
“Cada generación musical interpreta una nueva lectura de lo que es vivir en la frontera”.
Rafa Saavedra ubica el origen del rock en Tijuana en 1957 cuando don Lauro Saavedra trajo de Nueva Orleans al pianista negro Gene Ross, que también tocaba la guitarra y cantaba el blues, para que actuara en el Convoy Club de la Avenida Revolución. Gene Ross fue asesinado de una cuchillada en la colonia Coahuila en 1964, pero la aparición del músico estadounidense, maestro de Javier Bátiz y de Carlos Santana, fue como un detonador y marcó el punto de despegue del movimiento rockanrolero local.
Allí, en el Convoy Club, se estableció la pauta y los jóvenes, sin edad legal para inmiscuirse en los cabarets, las cantinas y todo tipo de antros, emprendieron —primero con los oídos y los ojos, luego en sus casas— su educación musical. Fue toda una experiencia, muy diferente, distintiva, de la circunstancia que vivían, cada uno en su ciudad, sus contemporáneos nacionales en otros lugares del país.
En el trasatlántico imaginario de la Avenida Revolución no entraron de inmediato ni de manera fácil a las pequeñas capillas donde se oficiaba el rock: al Mike’s, al Tequila, al Blue Note, al Alhoa, al Río Rita. No. Primero tuvieron que foguearse en las fiestecillas de quince años y en los bailes del Campestre. Conocieron su iniciación a los 14, a los 15 años, en el Romance, el Coco’s, el Oscar’s, y nadie mejor que Martín Mayo lo cuenta en esta recreación del alma juvenil tijuanense que prolifera a cada línea en Oye cómo va (editado por la SEP, por el Cecut de Tijuana y por el Instituto Mexicano de la Juventud).
La narración de Martín Mayo podría ser paradigmática de las historias y los personajes que transpiran en esta Tijuana rockanrolera de la memoria.
Muy morrillos empezaron a tocar, en “lugares de mala muerte” y donde “se encueraban las viejas”. “Luego caminabas más hasta que llegabas al Alhoa. Al Alhoa iban muchos gringos, marineros, mucho party, buena onda...” Era ésa la “estructura” de la Revu en el ambiente musical. No se cerraban la mayoría de los lugares. Funcionaban las 24 horas, y los turnos “quebrados” eran horribles. Había que tocar tres tandas y no tenías descanso. A veces eran cinco tandas, a la una de la tarde, a las tres de la mañana, a las seis, rayando el sol allá afuera. Y si no llegaba una banda tenías que doblar. “Había gente dormida arriba del escenario, músicos que se quedaban dormidos tocando en el escenario; ya no podían.”
“Dormíamos en los booths, los sillones preconstruidos para los centros nocturnos en la pared, que son semicirculares. Allí nos quedábamos dormidos y aprendimos a dormir en posición semicircular. De repente entrabas a las seis de la mañana y veías tres, cuatro booths: y todos estaban llenos de personas durmiendo y todos eran músicos.”
Si bien es cierto que Julieta Venegas, que vive en el DF, y el grupo Tijuana No, siguen siendo los únicos tijuanenses con contrato seguro en una disquera importante, los grupos de la ciudad se las ingenian para darse a conocer bajo sellos pequeños e independientes. Predomina el rock, o pop electrónico, y su número es legión: Be-am, Almalafa, Dead Panchos, Kung Fu Monkeys. La música electrónica con resonancia de banda norteña se reconoce como Nortec (grupos Panóptica, Monhitor, Hiperboreal) y hay una vuelta del tecno pop naive (Telephone, La Noria, Cristo Pop) mientras otros géneros reaparecen en el afterpunk o rock gótico y se escuchan en el legendario Río Rita de la Revolución.
Pero cuarenta y tantos años atrás, el pesebre rockanroleo, la mata que empezó a dar, apenas presagiaba su quehacer histórico musical. Javier Bátiz, el punto de partida, está convencido de que el rock es la raíz de la música:
“Viene el tronco y luego las ramificaciones.”
Aquí nació el rock nacional. De aquí salieron Carlos Santana y Javier Bátiz y los Rockin Devils, y hasta Lupita D’Alessio contaba el rock.
“Estados Unidos nos dio la música, pero Tijuana nos dio la cuna para que los músicos de rock and roll de México se hicieran buenos. Aquí era la escuela, la universidad: era a donde venían a hacer sus tesis y a presentar sus trabajos”, dice Bátiz. “El sonido que tiene Carlos Santana tiene mucho que ver con la fundación. Porque Carlos se llevó el sonido que nació aquí, en Tijuana.”
“Tijuana es y será de nueva cuenta”, concluye Octavio Hernández, “la capital de un rock hecho con entrega, con pasión geográfica, nacido de la lucha diaria de las culturas nómadas, producto de las ganas de hacer música. Se quitarán del camino los obstáculos humanos y físicos —Dios quiera— porque tenemos la electricidad suficiente para borrar de las primeras planas y notas rojas, a la Tijuana de las emboscadas y los ajustes de cuentas. Fuimos, somos y seremos, aunque los necios se nieguen a creerlo. Porque entre Javier Bátiz y Tijuana No, hay historia hasta para regalar.”

No comments: