Thursday, February 10, 2011

Cardiograma de Tijuana

De Tijuana se suelen tener por lo menos tres visiones: la de los nativos, la de los mexicanos en general, y la de los extranjeros. Existe una Tijuana interior, la de las familias más antiguas, la de los abuelos y bisabuelos tijuanenses. La mirada del exterior (la de los otros mexicanos y la de los extranjeros) suele alimentarse, en cambio, de la fantasía, del estereotipo y del lugar común.
Los viejos residentes conocieron los efectos de las sucesivas guerras de los años 40 y principios de los 50. Los soldados del Army y los marineros de la Navy solían relajarse en las cadenas de bares a lo largo de la avenida Revolución. Aún se sentían algunas secuelas de la conflagración mundial —los apagones antiaéreos de San Diego— y el flujo entre un país y otro era mucho menos que ahora. La ciudad andaba en los 50 mil habitantes.
Tijuana empezó a existir en el mapa cuando en 1848 se firmaron los tratados de Guadalupe Hidalgo resultantes de la guerra entre México y Estados Unidos.
Durante la segunda mitad del siglo XIX Tijuana no pasó de ser unas cuantas casas y banquetas de madera parecidas al set de un western, unos corrales y unas “calles” de lodo, y una garita aduanal para registrar el paso de las caravanas a Ensenada, pero al promediar al siglo XX el villorrio ya contaba con 500 almas. Ahora tiene dos millones.
Entre 1910 y 1933 se armó como ciudad gracias a que en Estados Unidos imperaba la ley seca, la enmienda Volstead que no sólo vedaba la fabricación y el consumo de licor sino también los juegos de azar, las peleas de box y las carreras de caballos. Todo esto sumado al hecho de que en California cundía una campaña puritana y moralizante en contra del “vicio” y los placeres mundanos. Los estadounidenses podían preservar su buena conciencia gracias a que acá, de este lado, nacía una ciudad destinada al turismo y a la oferta de juegos, alcohol, opio y prostitutas.
Se creó el primer hipódromo en 1916 pero pronto se lo llevó el río. Otros negocios se aventuraban: pequeños casinos, arenas de box, plazas de toros, bares, pero no fue hasta la década de los años 20 cuando la prohibición del licor en Estados Unidos le dio otro valor comercial y turístico a Tijuana, que instaló sus barras y empezó a fabricar todo tipo de alcoholes digeribles, desde brandy hasta la famosa cerveza Mexicali.
La “leyenda negra” de Tijuana más que a los mexicanos se debe a inversionistas procedentes de la mala vida norteamericana. El caserío que no llegaba a pueblo hacia 1916 tuvo sus primeros casinos y cabarets gracias a la inversión de capital norteamericano. Marvin Allen, Frank Beyer y Carl Wiithington, fundaron la ABW Corporation y pusieron la primera piedra de casinos como el Foreign Club, el Montecarlo y el Molino Rojo.
Más tarde, en 1917, en un negocio redondo del gobernador Abelardo Rodríguez, llegaron con una fuerte inyección de capital los tahúres James Croffton, Baron Long y Writ Bowman, y construyeron el casino de Agua Caliente junto a unos manantiales de aguas termales.
Actualmente Tijuana se repone de una ola de violencia —asesinatos, secuestros, decapitaciones— que tuvo su momento más alto en 2008 gracias a la acción de la policía local y a la aprehensión de un multiasesino: el Teo. El narcotráfico venido del sur, no más que la violencia terrorista en Estados Unidos a partir de 2001, han repercutido en la desaparición del turismo.
La avenida Revolución —muerta durante los últimos tres años— empieza a resucitar. Las noches de los viernes y los sábados está llena de jóvenes de la localidad, no de turistas. Los tijuanenses recuperan su espacio. Han reinaugurado un restaurante muy simbólico de la ciudad: el Caesar’s, donde se inventó la famosa ensalada. Y a una cuadra de allí varios de los muchos grupos de rock que hay en Tijuana se reúnen para tocar en un gran salón de puertas abiertas. Esto no sucedía hace tres años. Nadie salía de su casa en las noches.
“Tenemos que cambiar nuestro perfil”, dice Jaime Cháidez, periodista local. “Ya no podemos depender del turismo. La ciudad sigue en pie, tan noble como siempre. Sobrevive, crece, se levanta, y retorna a una etapa muy parecida a la de los años 80.”
Hace unos días se develó una estatua en honor de Rubén Vizcaíno Valencia, escritor y maestro de literatura que murió en 2004. Fue un gran promotor cultural. Es el primer tijuanese al que se le hace una estatua de cuerpo completo y allí está sentado en unos de los pasillos del Centro Cultural Tijuana. Representaba y defendía otro tipo de valores.
“Adiós, profe”, le dicen los muchachos al pasar.





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Federico Campbell nació en Tijuana en 1941. Es autor de Tijuanenses (cuentos); La clave Morse, Transpeninsular (novelas); La invención del poder, La ficción de la memoria y Post scriptum triste (ensayos).
En 1995 obtuvo la beca J. S. Guggenheim.

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